Levo anclas.
Pongo rumbo al bullicio.
A esa fiebre de banalidad nacida
de la inquebrantable fe
en la palabra ajena.
Levo anclas.
Pongo rumbo al ajetreo.
A ese albergue donde
pernocta el odio
y afilan la sangre los mendigos.
La sangre triste de los acordeones.
Parto, así pues,
del hogar a la hora convenida.
Con mis dedos de cortar fletán.
Mis dedos que son puro aire,
puro arbitrio.
Levo anclas.
Voy en vilo.
En vagón ferroviario.
Conmigo porto mis huellas.
Conmigo,
el cadáver de un asno
que escupió el mar
a la playa de los inviernos.
Levo anclas.
Llevo en los ojos
lluvia de caer lento.
Lluvia de blando caer
sobre las azoteas
Voy en vilo.
En vagón ferroviario.
La ciudad discurre
por la ginebra de los cristales.
Discurre la tramoya urbana
con su envés y su mugre.
Patios despeinados
donde el óxido
se acomoda.
Muros enfermos.
Altos muros sin encía.
Almacenes de guadañas.
La ciudad remolca su calvario.
Levo anclas.
Pongo rumbo al bullicio.
A esa fiebre de banalidad nacida
de la inquebrantable fe
en la palabra ajena.
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