(I)
Aunque estoy débil,
mi cabeza discierne.
Aunque postrada me veo, bien veo
que nadie viene a saber de mí.
Nadie.
Como no sea por premura
o para reverdecer vuestra ausencia.
Nadie aparece a restañar
esta llaga
que cada poco revive.
Este daño que se oculta
al ojo atento del hombre
y que es la entrada a una tierra
de martillo,
áspid
y mediodía.
Esta llaga que nunca
se extingue del todo,
y que se prodiga en mi alma,
que me lima sin énfasis.
Sin entusiasmo esquilma
la despensa de mi cuerpo.
Esta llaga que
galopa en mi pulmón,
y me amputa el aire.
Como estoy débil,
a veces
me asedia el hastío.
A veces.
A veces de inquietud me avituallo
y sonámbula escamoteo
los versos más dulces.
(II)
A qué vendría, a estas alturas,
fingir, decir que he sido libre
o que ha triunfado la voluntad.
De qué valdría ahora
enfilar un camino
sin maleza
donde no yacen
las neveras mutiladas
ni el plástico inservible
de los mataderos.
Basta.
Mis nudillos golpean
la ceniza de este dolor que se filtra
por los desagües.
Basta, digo.
Aquí me tenéis.
Haced de mí
cuanto estiméis conveniente.
Pero antes reparad
en los navíos
que zarpan de mi pecho.
Algún día,
si el viento es propicio,
amanecerán
frente a las costas de Ítaca.
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