sábado, 12 de febrero de 2022

ESTA ES MI CANCIÓN (La hormigonera) (Las 3 Almas de Carmen Andrade)

 

                              (I) 

 


Esta es mi canción agónica:

Mi padre era el timonel 

de una hormigonera de arriendo.

Mientras la hormigonera rumiaba

cemento, grava y arena,

él regateaba hierros

y pisaba escombro. 

 


Mi padre era un albañil

nocturno de alta luna. 

Dormía al raso

para que el hormigón fresco 

curase bien. 

Con una lona le daba abrigo.

Con una lona

combatía la helada y sus daños.



Mientras la hormigonera masticaba

cemento, grava y arena,

mi padre lanzaba paladas

polvorientas a su boca.



Cuando al fin estaba la mezcla,

la vertía sobre tolvas 

que aguardaban con humildad

y salían a llenar zanjas

para gallineros

o colosales muros de contención.

Luego, volvía a ensuciar

más viajes

con aquella lava zurda y gris.


                          (II)

   

Mi padre, sobre la placa,

espantaba el frío;

hacía fuego en el estómago 

de los bidones.

La tabla de encofrar ardía 

infectada de clavos.

La tabla inútil escupía centellas; 

pintaba de azafrán

el cansancio de los obreros.

 

 

Con una manguera azul,

al final de cada jornada,

mi padre lavaba la hormigonera,

la carretilla, la paleta, la llana...

Les daba aseo como a hijas suyas.

Como si la hormigonera

no tuviera otro amo, 

ni las demás

mil inviernos.



 

 

Y así, día tras día, 

semana tras semana,

año tras año.


                          (III)

  

Mi padre cenaba vacas buenas 

para matar el hambre.

Las vacas que cenaba mi padre

eran buenas. 

Pastaban la mejor hierba

y bebían agua de lluvia.

Achicaban en una bañera de derribo

encallada en el pasto,

junto a los sauces. 

En ella bebían las vacas

sus propios ojos. 

   

Mi padre no bebía agua de lluvia

sino barriles negros,

vejigas de vino malo,

para aplacar la tristeza. 

  

El día del Patrón, 

ante el queso con membrillo,

mi padre se dormía.



Y si no era al toser con fuerza

o para mirar de reojo 

el pocillo del café

permanecía en su letargo,

como en una escafandra,

inmune a la bulla

de los comensales.





Nadie sabe con qué soñaba mi padre 

acodado en el mantel,

pero me apuesto las venas a que,

en el hervor de aquellos sueños,

trabajaba impenitente,

incansable, 

mi hermana,

con sus ejes corroídos

y su voz pedregosa.

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