miércoles, 14 de diciembre de 2016

EL PROYECTO.








    En eso andaba mamá. En secar piñas de monte en la bilbaína. Luego, tras una larga cavilación, las despojaría de escamas con unos alicates, como si Ignacio, el dentista, la hubiese poseído.  La barra fluorescente chisporroteaba. Mamá hurgaba con el atizador en la leña, por acomodarla bajo los aros de fundición. La cocina y sus objetos alternaban bajo la tacaña luz, y yo, que ya tenía mis liturgias, recitaba bajito para tornar el miedo. "Pasimisí, pasimisá, por la Puerta de Alcalá...." Al cabo de apagarse completamente, el tubo revivía. El anillo de casada de mamá había engordado de pronto. Habituada a la oscilación lumínica , mamá había seguido imperturbable con su proyecto navideño. Antes había sacudido la piña encima del trapo extendido sobre la tabla de picar. Los piñones caían con sonido de semilla. Los piñones de las piñas del monte son como uñitas negras incrustadas en alas de mosca. Se comen, pero no llevan mucha carne. La mayoría de estos diminutos péndulos se queda en las bandejas deslizantes del horno. Basta con vaciarlas luego en el brasero; es sencillo. Pero hay piñones que resisten hasta el final bajo la escama. En el horno de una bilbaína las piñas del monte abren bien. Una vez limpias las puedes mirar mientras aún están calientes. A quien las observa no le queda otra que tapar la boca y discurrir. Y en eso andaba mamá. En taparse la boca con la mano, enfrascada en cómo abordar la tarea siguiente. 

    Victorina entró como un gorrión perdido. Abrió la puerta de la nevera y se quedó iluminada por el caudal de luz, buscando algo que casara con su nuevo paradigma. La hice reír. Me salió al compás del chisporroteo. Le pregunté : "¿vas a batir esas yemas?." Se giró para que no la viera pero el azulejo me devolvía su sonrisa. No hablaba; contenía el aliento. En condiciones normales habría estallado. Llevaba meses de mal humor. Apenas le dirigíamos la palabra por no enfrentarnos a su cólera. Victorina ("Vicky", insistía en que la llamaran) sólamente pensaba en el jazz, en la fotografía, en viajar a Londres, ser vegana en otro medio, en uno más propicio,  y  convertirse en la Dorothea Lange de su generación. Vivía encerrada en sí misma, ajena a todas las vicisitudes del hogar y de sus habitantes. Su cuarto era un estercolero según mamá. "Es la edad.", decía papá. "Yo a su edad no era así. Y tú tampoco. Así que no me empieces con la edad. Y tú, Carmiña, Dios quiera que no te vires como tu hermana." El silencio de Victorina duraba demasiado. Para mi eso era toda una señal. Estaba a punto de lograr mi objetivo, conque le repetí: "¿Vas a batir esas yemas, o qué?" Fue entonces cuando soltó una carcajada. Se giró y vi como le saltaban los mocos. Durante cinco minutos no dejamos de mirarnos y contener las lágrimas, no dejamos de agarrarnos la tripa y sentir algo muy próximo a la complicidad, algo que nunca más, desde aquel día, volveríamos a sentir. En un plato hondo, sobre la encimera, dos mitades de melocotón en almíbar tomaban el pulso al fluorescente de la cocina.










viernes, 2 de diciembre de 2016

PARÍS (del libro "Poemas de talco" de Carmen Andrade)








     Sabemos por cartas de navegación que el párpado de los peces tiembla. Sus órbitas se llenan de gas debido a la desidia humana. Los especímenes muertos se acumulan así a flote.

     En el Louvre a cierta distancia en traje de buzo, los pomos apuntan a Normandía. Rousseau fallece. La lluvia pica zapatos en la región de los truenos, espina, relámpago, cálida pólvora por los hombros diurnos.

     Es lunes. Hoy tus uñas saben a aluminio, la piel de la cobardía, un rosario de penitentes acoge. Mujeres pálidas en camisón tal vez habitan encharcados teatros y ese tiritar de piedra. Se deshilachan las nubes, han venido tarde este año. No se oye el canto de la tórtola ni vaga la alondra. Pintados en el cielo cuelgan todos los enigmas.

     Quien mira al cielo enhebra un temblor, quien va a la caza de foráneos no vuelve hasta la Epifanía. La lluvia pica zapatos de anticuario, es el orden que nos contempla. Así sea el gemido de una llegada, calzar el miedo y pisar con sospecha cornamentas de un diluvio, huesos de monje enterrado. Compás, cuero, muda nieve perpetua tras la retina. Un brillo en estado incipiente. No trotan los ciervos ni hay nudos de higuera. Se adormila en uniforme Rousseau en el Louvre. Del Sena viene un murmullo que sólo conocen los fotógrafos para evitar la polilla. París no es nombre de viento. Redacta su espanto con carga eléctrica. Por aquí no se oye el canto de la tórtola ni se hace al invierno la alondra. París brama, en el Louvre en traje de buzo a cierta distancia un torso.












viernes, 18 de noviembre de 2016

CHARING CROSS

   





     El pequeño viste parka Montgomery café con leche, con botones de colmillo. Sigue, lo mejor que puede, el paso desbocado de su madre. Camina sin cadencia, trota a veces, como enfundado en un disfraz de hojalata. Su mamá tira de él, lo remolca. Su mamá también draga la acera con una Samsonite del 89. Él hace lo propio con una maletita de cuadro escocés . El pequeño piensa: "No soy de goma". No iba en serio lo de "mami, mira, soy de goma", cada vez que hacía el pino sobre la moqueta del salón. ¡Qué bien lo pasaba! Pero esto no es la moqueta del salón, ni es una soleada mañana de sábado. Si el pequeño James pudiese apoyar su oreja en el pecho de su madre, como hace a la hora de dormir, oiría tambores Sioux, Sioux montando potros salvajes, rompiendo la tierra de Dakota. "¿Dónde está Dakota, mami?". "En un país muy, muy lejos".

     Londres, en noviembre, se cubre de nubes color gato shorthair. Los días encapotados como el de hoy, a las tres se hace de noche.  Desde Millman Street a Charing Cross hay milla y media. Una distancia interminable si la tienes que cubrir a pie bajo la lluvia. ¿Dónde están los minicabs cuando de verdad necesitas uno? La prematura noche empapa las esperanzas de toda una ciudad. La lluvia de noviembre jarreando del cielo negro resbala por el flequillo, y luego por el rostro del pequeño James, la misma lluvia que se podría confundir con sus lágrimas. Sí, podría llorar y nadie lo notaría. Podría llorar como llora en su habitación cada vez que los gritos se ahogan en el papel estampado.

    Si fuera capaz de oír el pensamiento de su madre, el pequeño James oiría: "Russell, bastardo! That was the last straw!".  Querría ser capaz, querría poder colarse bajo el cabello de su madre, bajo su oscuro cabello de la Campania, saber qué se cuece ahí. Hacer lo mismo que ella hace con él. La mamá del pequeño James lee lo que el niño piensa con precisión de orfebre. "Deja que adivine: estás hambriento". "¿Cómo lo sabes, mami?" ."Deja que adivine. Estás sediento". "No. Has fallado". "No es verdad; yo nunca fallo". El pequeño se queda mudo con los ojos de par en par. "Tienes razón, te mentí. ¿Cómo es que siempre aciertas, mami?"

     La cabeza de Katty trabaja como un proyector Chad Valley. Va hacia delante y hacia atrás. Hacia atrás, "Russell, Bastardo, That was defenitely the last straw". Hacia delante: Embankment , luego South Kensington , y de ahí, media hora en tren hasta el pisito de la abuela en West Hounslow, una de esas viviendas sociales que el gobierno prácticamente regaló a sus moradores. De la noche a la mañana dejaron su condición de inquilinos. Se convirtieron en propietarios, owners de pleno derecho. Eran tiempos difíciles pero ya no había que alquilar un Mercedes SLK para viajar en agosto a Caserta. Presumir de lo bien que les iba en la City y regresar a primeros de septiembre al hacinamiento, a la privación y los turnos. "Si eres de sangre italiana es excusado que te arrimes a un british. Esa combinación no fragua. Si eres italiana, hija mía, Caterina de mis entretelas, búscate un novio italiano, todo lo más, español. La cosa con los british nunca cuaja, créeme. Llega un momento en que las diferencias se hacen insalvables."  En Londres, tarde o temprano siempre hay una gota, normalmente de lluvia, que colma el vaso. "No sabes cuánto te odio, Russell. Maldigo el día que entraste en mi vida!". "La diferencia entre tú y yo, Katty, my darling, es que yo no espero que nadie me haga feliz."



sábado, 12 de noviembre de 2016

JUVENTUD, DIVINO TESORO


        Opinaba el genial Gila que la modernidad había traído muchos adelantos, pero también no pocos atrasos, como la falta de comunicación entre padres e hijos. En su época la cosa era diferente. "Cuando yo, por ejemplo, llegaba tarde a casa, mi padre se sentaba conmigo y me decía: "la próxima vez que llegues tarde te doy una patada en la cabeza que te reviento." Y yo lo entendía. Había comunicación". Otro grande, pero que muy grande, mi nunca suficientemente venerado Louis CK, con respecto a la juventud y su inclinación al berrinche, afirma: " Lo que trato de decir es que deberías hacer tu trabajo. Porque es "tu" trabajo. Porque eres la persona encargada de hacerlo. Así que, hazlo. Hazlo de puta madre. Me pone del hígado cuando alguien tiene un trabajo que no le gusta y, como no le gusta, en vez de hacerlo de puta madre, lo hace de puta pena. Si haces una chapuza, ¿no es, en realidad, peor para ti? Yo viajo mucho. Así que necesito ayuda todo el tiempo. Cuando alquilo un coche siempre quiero otro. Voy al mostrador: "¿Me podéis dar otro coche?". El que me atiende suspira, resopla, pone los ojos en blanco:"¿Por qué?" "Porque soy un capullo, Dámelo de una vez, hostia." "¿Que tiene de malo el que le entregamos?" . "Que estoy como una cabra. Eso es lo que tiene de malo. Llevas un chaleco a juego con el edificio. Simplemente haz lo que se supone que se hace en este local.  ¿A qué viene esa actitud? ¿Sabes a qué viene? A que tienes veinte años. A eso viene. Viene a que eres un gilipollas de veinte años y no tienes ni idea de cómo funciona el mundo. Y es que crees que te mereces algo mejor. Crees que eres una persona demasiado interesante como para tener un trabajo de mierda. Cada veinteañero que me encuentro detrás de un mostrador tiene esa pinta: "Ah, este trabajo es una mierda". Exacto. Precisamente por eso te lo hemos dado a ti. Porque tienes veinte años. Lo cual es una garantía, desde un punto de vista matemático, de que no tienes ni una sola destreza, ni una sola habilidad, ni nada que ofrecer a absolutamente nadie en el mundo entero. Tienes veinte años. Durante dos décadas lo único que has hecho es gorronear. Educación. Afecto. Comida. Ipads. Venga gorronear. Y venga juzgarlo todo; "Um, sí, está bastante bien, mola" o "no, no mola", Venga seleccionar cosas  y absorber recursos de los que, ni de coña, te has hecho merecedor. Durante dos décadas! Cinco legislaturas, ese es el tiempo durante el que has sido, única y exclusivamente, un lastre. Eres como una naranja que se está pudriendo en el árbol . El árbol te da codazos para que te caigas de una vez y tú: "No me quiero ir. Me quiero quedar". Si tienes veinte años te garantizo que jamás has hecho nada por nadie. Jamás. Sí, fuiste de excursión a Guatemala y te dijeron que habías ayudado, pero te aseguro que no ayudaste en absoluto. Te dieron un pico, vale. Te hiciste una foto y la subiste a Facebook. Eso es todo lo que has hecho en veinte años".


En lo referente a los jóvenes deberíamos hacer un ejercicio de humildad; los jóvenes actuales viven sometidos a demasiada presión. El futuro que les aguarda es mucho más incierto que el nuestro. Más incierto y, seguramente, peor. Lo que nuestros jóvenes son hoy obedece también, en gran medida, a los trabajos en barro que nuestra generación ha hecho en sus tiernas cabezas. Tenemos nuestra porción de culpa, claro que sí, tanto por el mundo que les prometimos como por el mundo que les dejamos. Eso en la teoría, desde la distancia del geómetra, desde la altura del pedagogo. En la práctica, en el cuerpo a cuerpo, cuando dos genios como Gila y Louis CK pontifican como aquí hemos recogido, a uno sólo le queda apretar bien los labios, bajar la mirada y decir: Amén.






lunes, 31 de octubre de 2016

Cuidado con el sol: destiñe las prendas más delicadas.





       En Cataluña el independentismo combina dos premisas de difícil empaste. Por un lado, la zanfoña de que España vive por y para robar a Cataluña. Por otro, la apelación al  derecho a decidir del que, al parecer, goza el pueblo catalán . No entraré en si son ciertas o no estas premisas, o si se caen o no por (digamos) su propio peso. Y es que, sin ánimo de detenerme mucho, cualquier cadete en Lógica sabe que el derecho a decidir no es más que un ejemplar barato de la falacia conocida como petitio principii,  tema que, desde luego, excede en mucho el propósito de esta entrada. Lo que sí me gustaría subrayar, no obstante, es que se nos ha querido vender como la quintaesencia del espíritu democrático, la expresión pacífica de una voluntad colectiva, la voz unánime de un pueblo noble y antiguo, un pueblo fabril y honrado. Pues bien, la idea de que el antídoto contra el gusto por lo ajeno es el alma demócrata de los damnificados es tan, tan brillante que roza la genialidad.  Sólo alguien de la talla de Pep Guardiola (no el propio Pep sino alguien de su misma talla moral, uno ochenta de talla moral) la ha podido cocer en su cráneo privilegiado. Cuando una banda de albanokosovares irrumpa en el chalet de Guardiola (Dios no lo quiera), armados hasta los dientes (tampoco lo quiera el Altísimo), le aconsejaría al filósofo de Santpedor que saque su bandera de rayitas  rojigualdas y que les indique, muy civilizadamente, todo lo civilizadamente que su pasado fenicio le permita, que cesen en su latrocinio, porque su familia, miembro por miembro, haciendo uso de su derecho a decidir, ha decidido. Y su decisión es la siguiente: Basta. Que va siendo mucha hora de que los dejen en paz.








viernes, 23 de septiembre de 2016

FERMENTO (Del libro POEMAS DE TALCO de Carmen Andrade)




Fotografía de Mary Edreira



Dónde estás

te odio y te amo

te añoro

aquí

un soldado que escupe en la bayoneta

la náusea

la sangre macerada y almacenada

en el hielo del invierno


cambia mucho

trepar la muralla que nos separa de la redención

a contemplar cómo se avecina la hecatombe

lo sé

sé que  vendrán con pócimas infalibles

vendrán con fermentos para calmar este dolor

he probado almanaques de hoja caduca

cánulas de mandrágora

no

no es lo mismo

el tiempo de la agonía

que el tiempo

de las sombras que preceden a la luz

no

no estoy loca

soy un castillo inexpugnable

no soy un castillo inexpugnable

soy un ahogado lamento

no soy un ahogado lamento

soy la última posta

en el camino hacia la devastación.














martes, 20 de septiembre de 2016

OTOÑO. (Del libro POEMAS DE TALCO de Carmen Andrade)



Fotografía de Mary Edreira



Yo, señor, ahora que las ortigas me circundan,

de noche labro arpones de noble roble,

bajo una humilde bombilla,

debería, tal vez, aguardar al otoño

de noche cuando el frío me muerde,

adelgazo,

querría ser aeronauta,

querría tener pies de faquir,

yo, señor,

de noche mido la agitación de las yeguas,

con tiza y paciencia,

de noche


lavo patatas bajo una humilde luz de bombilla.


















domingo, 4 de septiembre de 2016

EL DILUVIO. (Del libro POEMAS DE TALCO de Carmen Andrade)




VINIERON LOS QUE CONOCEN
EL DILUVIO
LOS QUE LEEN SU DESIGNIO
LOS QUE AUGURAN SU ALCANCE

ENTRE TODOS ACORDARON
LIMPIAR LAS ORILLAS

USABAN EL TONO
DE LA CERTIDUMBRE

PISABAN CON EL ÍMPETU
DE LOS MONARCAS

UNO QUISO VER
LO QUE HABÍA DEBAJO

OTRO DIJO ESTAMBRES
OTRO AÑADIÓ RELIQUIAS

EL CUARTO RETIRÓ LA GASA
DIJO BRANQUIAS, SÓLO BRANQUIAS


POR SU PARTE NO HUBO MÁS DEFERENCIA
QUE SU MINUTA EXTENDIDA CON DESPRECIO


NI UNA MENCIÓN A LA BOTAVARA
EN LA QUE MI PELO SEGUÍA ENREDADO

NI UN SOLO APUNTE SOBRE LOS ANFIBIOS
SALIENDO DE MI BOCA



jueves, 18 de agosto de 2016

Rosa mosqueta y aceite de argán (1)




    El sol alumbraba la mejilla de los edificios. El sol bostezaba sobre Telefónica, se estampaba contra la fachada del Palace Hotel, que es como de fino chocolate blanco y lamía la inmensa bóveda del embarcadero de Atocha. El sol vertía su óleo a la corteza de los fresnos en El Retiro, pocos lo veían, tal vez algún mirlo madrugador. Doraba el mármol de los Pegasos, en medio de una tenue bruma fruto más del dióxido que de la humedad. Humedad, haber, había poca . Moría julio y un tórrido anticiclón barría Madrid. Venía de muy lejos, se conoce que del Norte de África, de África sería porque ni los más veteranos recordaban tamaños registros del mercurio. Mientras, las gramíneas invadían el aire embalsado en las calles de la Capital. Un repertorio infinito de alergias aquejaba a los madrileños, sarpullidos, estornudos y un lagrimeo contumaz que la gente disimulaba con las gafas de rigor.


     El pavimento empezaba a pedir una mejora a gritos. Las losetas se habían asentado con diferente suerte a lo largo del tiempo y componían un campo minado para falanges y uñas, sobre todo ahora que había llegado la época de las sandalias. Pese a ello no acaeció calamidad digna de mención, y así, lo que bien podría haber parecido un augurio, se quedó en mera anécdota. El orden perfecto tenía algún enemigo más. Los aspersores, con su cacareo, salpicaban las pantorrillas de las gobernantas. Fuera de eso todo parecía normal. Normal, claro, en el marco de un nivel 4 de alerta antiterrorista.

     Bastó una mirada de soslayo para que el número de la patrulla, metralleta en ristre cual ukelele, advirtiera el socavón. Bastó también un leve codazo al compañero y un gesto con la cabeza para que ambos enfilasen hacia el lugar del extraño fenómeno. El agujero medía cuatro metros y medio de diámetro por dos y medio de alto. En el fondo del cráter una vaca patas arriba pugnaba por ponerse en pie, perpleja, lo más seguro, por su constitución en tan desusada latitud. Los agentes de movilidad que en Los Madrazo intentaban resolver otro misterio, el de la cornisa caída, acudieron ante la llamada de los Nacionales. Se congregó así en torno al derrumbe el primer grupúsculo (luego habían de ser multitudes las que se agolparían en peregrinación, afluentes y rivales al unísono de las largas colas para la exposición de El Bosco). Salva, el ujier, un extremeño que harto de segar al sol se vino a Madrid en busca de mejor fortuna, fue el primero en articular una frase con un mínimo de lógica.

 - Pero esta vaca... aquí... parece que se haya caído de un avión.


Lo que no explicó Salva es cómo siendo cierta su hipótesis la vaca seguía viva y cómo podía ser que un avión sobrevolase, impunemente, el Paseo del Prado.







sábado, 4 de junio de 2016

LA DE INDALECIO II






     Marimba es un pillamiñocas sin oficio ni trazas de llegar a nada en la vida. Marimba se ayuda de los consanguíneos y anda al jornal. Tanto te siega un balado, como te libra una tajea, como te limpia una gavia. Cuando no, se anota en el Concejo por si cae algo, y si no, pues pasa lamiendo. Cualquiera cosa menos atarse a un empleo como es debido.

     Que quién lo iba a decir. Que aún lo acuerdo haciendo palomitas en la de Camba, tal García Remón, cobrando el esférico a dos manos y cayendo como una pluma en el alcacén de la traveira. Marimba cuando tuvo edad fichó por el Sporting Club Cambre,  vivió su momento de gloria con el Brexo-Lema, y colgó las botas en el Santirso SD, donde chupó más banquillo que las toallas.


     En la de Indalecio echan el partido. Desde el otro pico del mostrador Marimba recuerda que, a mayores de cancerbero, en alguna hora también probó para solista de los Trovadores:

  - AAAAAAAAAAAÁH........ÚH............MAAAAAAAAAMBÓ. Así, me cago en las estrepias. Así cantan los buenos. ¡Con pulmón!

     Marimba entona para el foráneo. Marimba hace buena que quedó sin pitillos y, mal que piensa que no se engaña, sí se engaña, se engaña de parte a parte. El foráneo ni es del Madrid, ni fuma winston de batea, ni del otro.

 - .... ¿Negro? ¿Que tengo, cara de dormir en un alpendre? ¡Me cago hasta en la esclavitud!

     La sangre no llega al río porque Mercedes media y pone a Marimba, como siempre (ya empieza a ser costumbre) en su sitio. Los parroquianos, que están de vuelta de todo, disimulan, juegan al tute, cascan y comen pipas facundo. Algunos saldan al subastado. Los del dominó estampan las fichas sobre la mesa, sobre su chapa color castaña, con más vehemencia que mala fe. Hay quien reparte a la escoba y quien se anima leyendo el diario. Los absortos presencian cómo Santillana remata alto al graderío. En el comedor de la de Indalecio unos mozos hacen rodar la bola por el cajón del futbolín. A veces, si uno se despista, no sabe bien si la bola bate contra las baldas o plantan arriba en el bar una ficha de dominó

     Marimba tiene dedos de gorrión y los tiene amarillos de tanto fumar winston. El winston le sale a cuenta encargárselo a Susiño de Pazos que lo consigue en La Coruña por cartones y de estraperlo. Marimba fuma como las señoritas, pero cuando el pitillo va muriendo, forma una cofia con sus dedos de gorrión, se besa las uñas y apura la colilla hasta que le empieza a quemar el cuspe. Después tira el filtro al suelo y lo esmaga con un paso y medio de tuis.

     Los sábados Marimba junta para invertirlo todo a la noche en la Flor de Montouto. Allí se conduce como lo que es, un verdadero poeta, un bardo, un mago de la palabra.

 - ¡Rubia! Pon aquí una bañera de cubalibres.

     Con la cabaña de rapaces a los que lleva bien veinte años, Marimba se traslada a la Flor en el bus de las nueve que para enfrente a la de Indalecio. La sala fleta autocares, los larga todo a la redonda, corre con la minuta, y se garantiza sábado tras sábado el lleno a reventar . Los días que chispea (los más porque en verano la sala echa el cierre) la luz mortecina, amarilla como el unto que se cura en la de Gumersindo de Picacheiro, en el coche de La Flor se pelea con el amarillo difunto de sus dedos.  Marimba sube el último, como siempre (ya empieza a ser costumbre), lo mismo con un poco de fachenda por casi no tenerse de pie.


     No sólo a la Flor, Marimba va a todos los lados en coche de línea. Si tiene que ir a la casa de Coiro, monta en La Abrigosa. Si tiene que ir al Papagayo, monta en El Souto. En su día pudo pero no le dio la gana de tener coche particular. Hay años estuvo matriculado en la autoescuela, en la Marte, pero entonces pasó lo de Lolo. De vuelta de una farra a Lolo de Cacheiro y a uno de Guísamo se les fue el Simca en el Temple, antes del Paraguas del Burgo, o después, según se vaya o se venga de La Coruña. Ellos venían, venían de la Coruña, o sea que fue despues del Paraguas, cayeron al río los dos,  a los dos los tragó el río Mero. Pero el propio río determinó separar sus destinos. Fue saberlo Marimba y plantar el código de circulación, ya nunca le llevó mucha idea sacar el carné, pero desde aquella no se pone al volante ni por cien mil pesetas.

- Oistes, Marimba, eso no cuadra. El que murió fue Lolo y no conducía.
- Yo bien sé lo que digo, me cago en el sol.

     Con diferencia lo que mas edifica a Marimba es impartir, aleccionar sobre lo humano y lo divino. Encima de  la hierba del americano están acostados José das Eiras y Pablo y Xaquín de Lapa. Junto a los mirtos, Marimba instruye a los rapaces.

- Antes de salir para el baile hay siempre que hacer una pera.

     Las vendas de pinos de Ludiña, Crendes y Rego da Fonte quedan detrás, varias mudas de pinos, se ven largas al fondo, cada una con un azul distinto, cada una con una lejanía propia. Sobre ellas los foguetes anuncian sesión vermú en Guiliade.

-  Si no, sacas a una a la pista, y como se friegue a ti, te vas por la pernera, hombre no me jodas, vaya fiasco, me cago en las hermanitas. Ahora, si lo que vas es bailar el suelto entonces no hace falta.

     Pablo de Lapa y José das Eiras ríen que es mucho reír, les va mal, tronzan con la risa. Xaquín también pero menos. En el fondo, aunque se lo calla, ve el consejo del señor Marimba muy atinado, muy esclarecedor.







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