A lomos de un temblor
del tamaño del espanto
te subiste.
Quienes amagaron
con excitar en ti la cólera
y fallaron,
quizás te imaginaban
acuchillando luminosa nieve
o desplazando
las bóvedas del universo.
Otros montaron almadrabas,
persuadidos de tu retorno.
La reparación no llegaría,
de todos modos,
antes que el abatimiento.
He ahí la factura
que pasó hurgar
en el baúl de los agravios.
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