Te odio y te amo.
Te añoro.
Dónde estabas cuando
se desató la tormenta,
la náusea,
la sangre aprisionada en los pétalos.
Dime. Qué hago. Qué debo hacer.
¿Trepo la agonía que nos separa?
¿O aguardo a que se avecine
la hecatombe?
Lo sé.
Sé que habrá pócimas infalibles.
Habrá fermentos para cegar el llanto.
Púas de mandrágora, o simplemente
la certeza irrefutable de que todos
los almanaques son especies
de hoja caduca.
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