Con el rostro empañado
cubrirás la distancia que media
entre tu sangre y mi sangre.
El grillete del mar
te arrastrará a mi morada.
En cuanto llegue el insomnio,
y estemos cerca,
me hablarás de los aromas
que en Ítaca se ciñen
a los tallos más tiernos.
Poco a poco,
me educaré en tus manías.
Alzarás el velo tras el que viven
los insectos suaves de río.
Entonces, mi pequeño Orestes,
te amaré como dicen
que solo una madre puede amar.
Como un afluente tuyo,
sin el menor vestigio
de una época anterior a ti.
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