Acudieron los que conocen
el diluvio,
los que leen su dictamen
y desentrañan su enigma.
Hablaban la lengua
de la certidumbre.
Pisaban con el ímpetu
de los monarcas.
Entre todos acordaron la purga.
Uno quiso ver qué había debajo.
Otro pautó dominar los días.
El siguiente,
con voz nublada, añadió:
tan solo veo agallas.
Por su parte no hubo más deferencia
que su minuta
extendida con desprecio.
Ni una mención a la botavara
en la que mi pelo seguía enredado.
Ni un solo apunte
sobre los anfibios
que, sin prisa,
desocupaban mi boca.
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