Joaquim F. nota en los pómulos el agua de lluvia, mientras se ejercita en el noble, en el viejo y, por otro lado, muy aconsejable arte de olvidar. De los muelles llega el bramido de los cargueros que surcan el río Gotham. El tráfico por Last Avenue, como una boa parturienta, apenas avanza. Hoy en Epochs Square las prostitutas no van a la caza de clientela. Tampoco sus chulos fuman crack con el habitual desparpajo, animados por el clima de impunidad que se respira en la metrópoli.
A pesar del mal tiempo, la gente se niega a permanecer confinada. Los cines X reciben un verdadero aluvión de espectadores, una avalancha que impide el anonimato de los más devotos. Los soportales, tan esbeltos como llenos de roña, guarecen de la borrasca a propios y extraños. Qué lejos quedan aquellos días de agosto cuando, bajo la mirada inquisitiva del astro rey, los niños se duchaban en los hidrantes. Era la época del jazz a cielo abierto, el jazz en remolques, el jazz vitalista. Era la época de los colchones de lana huérfanos, abandonados para deleite, por igual, de acróbatas y yonquis.
