sábado, 23 de noviembre de 2013

De lo necesaria que es la envidia.

Hace un día magnífico. Se anuncian sol y temperatura para el resto de la semana. En días como este da gusto levantarse. Vivo en el campo y por aquí sobrevuelan multitud de aves. La mayoría pajaritos de estirpe local. Pero las hay también que van de paso, grandes como cazabombarderos. Mi mujer ha tenido la deferencia de acomodarles un apeadero, albergue o área de descanso. Se posan e inspeccionan. Beben y se van. Observándolos desde el porche pienso en lo ridículo de mi obra literaria que se circunscribe a este blog y alguna que otra mamonada en la tardoadolescencia. Pienso también en lo que dijo alguien sobre el oficio de escribir: "el escritor escribe siempre de lo mismo". A pesar de mi condición de debutante bien veo donde patino. Mi tema recurrente es la bondad del mal. Doyme, asimismo, perfecta cuenta de que es este, unicamente, un cuadrante en una matriz 2x2. Contamos con otros tres, a saber: la maldad del mal, la bondad del bien y la maldad del bien. Las parejas centrales se conocen por lo evidente de su matrimonio. Podrá el lector negarme otra cosa pero no que las extremas son, como poco, llamativas. No capta mi atención mal que deviene beneficioso sino aquel urdido, calibrado y ejecutado por el ingenio de los hombres. El urdido, calibrado y ejecutado por el ingenio de las mujeres se me antoja de más dificil examen. Si en algun terreno ha destacado la mujer en lo que a vicio se refiere ha sido en el campo de la envidia. No quiero caer en la simpleza de afirmar en esto su monopolio pero sí su indiscutible supremacía. Derribemos la convención en torno a la envidia. La envidia es un gran motor económico. Echen, si no, una ojeada al fondo de armario, a los trasteros , a las despensas, a los baúles atiborrados de libros a medio leer, a los sacos turgentes, embutidos con ropa de Zara, a los sótanos con cachivaches de gimnasia, pilates y body building, juguetes infumables, lámparas zombie, cortinones sin objeto. Todo ese gasto inútil es debido a un coste proverbial y acechante. El coste de envidiar al otro. No le cuenten nada de esto a Daniel Goleman porque les hablará de neuronas espejo y saldrán de la cita bizcos y con ganas de cursar el postgrado. Les sugiero adicionalmente que repasen la pirámide de Maslow y verán ahí apiladas las necesidades humanas por orden de aparición. Si me permiten ustedes, en atención a mis estudios, emplear la imagen de un chalet en obra, diríase que la más elemental necesidad da para el relleno de cimientos y muros pantalla. Eso es todo. A partir de ahí sería preciso encargar a la Central de Envidia el nuevo material de autofraguado en camiones azulgrana. Para nosotros todo esto es una noticia óptima. Somos una nación afortunada. Animado por el clima que me arropa, auguro a España, una, grande y libre, unidad de destino en lo universal, faro espiritual de occidente, reserva moral d'Uropa, un futuro esplendoroso. Nuestra vieja nación es, por encima de todo, abundante en yacimientos de envidia, mineral, como ya dije, y si no lo dije, lo digo ahora, indispensable para la vida moderna.

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