miércoles, 25 de diciembre de 2013

Maquinación para alterar el precio de las cosas




   - Esto todo es cosa de los chinos, Señoría. Ya lo decía mi padre. Primero ocupan los mejores locales y les plantan sus letreros que son chillones a rabiar. Con los colores de la bandera de España nada menos. Es que usan los mismitos colores que la enseña nacional. Que manda bemoles, Señoría. ¿No le parece? Pero eso no es lo peor. Lo peor es que llegan y despeñan los precios.

     Algo de culpa tienen quienes les entran al trapo. Que yo no juzgo, Señoría. Yo no soy quien para juzgar al consumidor. El consumidor es soberano. Mira por su bolsillo y busca lo mejor para él y los suyos. Hasta ahí lo veo natural. Pero ¿Alguien, de toda esa gente que les compra, se molesta por las condiciones en que tienen a los empleados?

     Empleados. Nunca mejor dicho. Porque los emplean y de qué manera. Lo de estos señores raya en la exclavitud más atroz. Y por no hablar del promedio de edad. Si aquí ponemos a los niños a trabajar diecinueve horas diarias también nosotros. Si en vez de escolarizar a nuestras criaturas los ponemos a producir como si de ganado se tratara pues claro que sí. Claro que nos permitiríamos el lujo de cobrar menos por lo mismo igualito que ellos. ¿De verdad se puede competir contra tal falta de escrúpulos? A mi que no me digan. Esto no es libre mercado ni cosa remotamente parecida. ¿Qué pasa con el pequeño comercio? ¿Se piensa en el daño que se le hace al pequeño comercio?


   Y no hay manera de hincarles el diente, oiga. Tampoco interesa. Al revés. Encima el primer año gozan de inmunidad. Que no sé yo por qué. Estos vienen aquí y el primer año no pagan impuestos, como si les hubiera tocado la Lotería. Peor. Que ahora, incluso los agraciados tributan como todo hijo de vecino. Dígame si no es como para indignarse. ¿Arrasan o no con todo, Señoría?


   Luego nos plagan de niños hiperactivos para que perdamos los nervios. Y una de dos. O los matamos a ellos o nos matamos nosotros. Extrapole, Señoría. Extrapole usted. Un país entero forrado de niños chinos hiperactivos con cociente intelectual elevado. ¿Se lo imagina? ¿Qué arcas, qué erario soportaría semejante carga? ¿Sabe usted el quebranto que sufriría nuestro Producto Interior Bruto? Pues nada de esto ha sido tenido en cuenta. Debería estarme todo el mundo eternamente agradecido.  Y en vez de agradecimiento, ¿qué recibo? ¿Qué recibo de esta envilecida sociedad? Nada. Venga achacarme cosas. Venga comerme la moral. Como si, en el fondo, no entendiesen lo que hice. Muy bien. Si tengo que pagar el pato como Sócrates o Cristo lo pagaré. Pero no sin antes decir mi verdad. Por más que intenten convencerme de lo contrario no veo sentido a que se me retenga bajo la acusación de un horrible crimen cuya índole delictiva niego. Y todo por ejecer mi derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Con carácter retroactivo, eso sí. Y debido, en exclusiva, a un trauma psicológico. Lógico. ¿No le parece?

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