domingo, 13 de abril de 2014

LA DE INDALECIO 1




        El visitante, el foráneo, busca fonda. Le han dicho que en la de Indalecio arriendan camas pero que no espere trato de marqués. El visitante desanda lo andado para volver a la general. El camino que despieza la parroquia burla el mapa ladera arriba. Recuerda la cicatriz por la mejilla del tratante escala 4:1 que se expone en la de Indalecio. Es un viejo en sepia con una taza de vino en una mano y una cuerda en la otra. El detalle de la cuerda le confiere un aire macabro, cómo diría... lúgubre. Entre sus labios flota un pitillo contrario a la física y a la higiene. Flota como por efecto de la hebra de humo que le sube por la misma mejilla que la cicatriz. La escena prende al visitante quien primero pone mueca de incredulidad y luego se palpa el bolsillo de la camisa. El humo vivo del ducados ahora lo distrae del otro humo, muerto, gris y perenne que aspira a adornar la pared del fondo. Ajusta la dormida, echa mano al monedero y paga el largo de café. Al franquear la puerta que da a los pisos, le lanza al cuadro una última mirada por el rabillo del ojo.

        Es domingo y hace sol. Que haga sol al visitante le parece bien. Que sea domingo al visitante le parece bien. Los domingos en la de Indalecio preparan callos con garbanzos y a la salida de misa el local se llena.
        Entre tanto alboroto a Monchiño da Zoqueira la lengua le rebosa y los ojos se le cuecen. Monchiño pone la silla al revés, sienta en ella y oye el murmullo del bar hasta que lo atrapa el sueño, hasta que el sueño le da con su mugido y su olor a friegas de bidueiro . Sus ojos de píntega se le van para los lados y el esqueleto le cuelga con el peso de las voces. Monchiño siempre sienta con el respaldo para él para que el sueño le de y lo lleve sin llevar un golpe. Ya tiene caído por sentar como en la escuela, como le decía doña Elvira que sientan las personas. Dizque a Monchiño, tras nacer contrahecho, apenas le daban unos días de vida. A la última salió duro como las piedras. No es por nada pero yo creo que nos va a enterrar a todos. En cierta ocasión Monchiño estuvo a punto de pensar algo, pero bebió agua del grifo y se le pasó. En otra ocasión estuvo a punto de pronunciar bien pero sonó los mocos y se le pasó. Por San Roque, a la que levanta la orquesta, los mozos le dan a comulgar queso taqueado y estrella galicia. El queso le hace mal, la verdad, nunca le prestó, ni de pequeño, pero por un quinto de balde Monchiño haría lo que fuese. Lo que fuese. Monchiño da Zoqueira sirve en la de Solina. Se ocupa de estrar las cortes, ordeñar las vacas y llevarlas a pacer. Cuando va al lameiro aparta de las pozas, mucho gracias a sus ojos de píntega.

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