viernes, 4 de abril de 2014

El cruceiro.

    
 
 
     En la parroquia hay, en cierto modo, dos parroquias. El camino que divide a la parroquia en dos nace de la general en el Souto a los pies del cruceiro. A sus pies también, de vez en cuando, el aire arrastra un poco de arena. El cruceiro ronda el tiempo de los doce castaños que guardan la capilla pero semeja tener más edad. Su piedra se ve cansada.

      Delante del cruceiro al ganado le muda el semblante, le cambia la expresión, se llena de humildad, de mansedumbre. El ganado es lo que tiene: que, según la ocasión, conoce igual o mejor que las personas. En cuanto a los amos del ganado no superan el cruceiro sin primero persignarse como es de ley. "Mamá, ¿por qué paramos aquí seguido?". "Andreíña, no preguntes. Hay que ser como la gente. Por la, señal, de la Santa, Cruz, de nuestros, enemigos, líbranos Señor, Dios, nuestro, en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu, Santo, Amén". Andreíña se imita mucho a su madre en los ojos y en el pelo y en la hechura de la boca. Es una niña muy buena de conformar. Así que por los ojos, por esos ojos clavaditos a los de su madre, le empieza a comer la muñeca de trapo que agachó tras la higuera, a salvo de los tordas. "¿Y por qué siempre hacemos el porlaseñal grande y no el pequeño?"
 
     Mismo después del cruceiro, en vez de seguir el camino que divide el pueblo en dos, hay la alternativa de tomar el desvío que baja al camposanto por la de Chas. El que vaya ha de saber que se interna en una atmósfera densa, grave. Se mete en un terreno de niebla, pantanoso, de miradas amargas y amargos hábitos. Tal fenómeno aparece descrito en las partidas bautismales que halló don Ramón bajo el banco ciego de la sacristía. Más adelante, si sobra tiempo, nos ocuparemos del asunto. De momento baste con saber que en el cruceiro, o sobre el cruceiro o cabe el cruceiro silba el aire y se entretiene con las arenas del camino. Tal fenómeno llegó a nosotros por tradición oral. No obra en documento alguno hallado bajo banco ciego alguno de sacristía alguna.

     El visitante, el foráneo, se apea del bus en el Souto. Trae poco equipaje y se queda con cara de mamalón cuando el bus reanuda el trayecto. El bus lo hace, reanuda el trayecto, como queriendo echar algo alojado al fondo de la boca. El visitante, el foráneo, se queda quieto junto a los doce castaños. Ha elegido esta parada a la buena de Dios. Podría haberse bajado en Brexo - Lema o en Santa Aia de Cañás. Sin embargo, no se sabe por qué, se agarró a la barra unos segundos antes de asomar la capilla. Al chófer, que había estampado los ojos encima del espejo, le bastó de señal. Entendió que había que ir aflojando el tren, que allí había un corazón decidido comunicando su orden al libro de las acciones heroicas. Nada más alejado de la verdad.



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