jueves, 1 de febrero de 2018

EL MAGO DEL VIOLÍN







    Culpable. Como salido de un avispero, un repentino murmullo se adueñó de la sala. Fuera de control, se hizo al aire avivando así la llama del desacato. Un runrún de eco primitivo, hijo de la perplejidad, hijo, tal vez, de una cierta decepción.

   Cada cual lo metabolizó a su manera. El enviado de una radio escandinava recordó, por algún extraño motivo, el diálogo aburridísimo con su mujer, el mismo día que partía de Gotemburgo rumbo a Barcelona. Al corresponsal de la ciudad del archipiélago y los siete valles, justo antes de tener ese pensamiento, se le había puesto cara de lubina.  A su lado, una señora tecleaba whatsapps atropelladamente. Hacía encaje de bolillos con los pulgares por no quedar rezagada en eso de la transmisión de nuevas en tiempo real. El agente apostado en la salida abrió un poco las piernas y cruzó los brazos, una pose que denotaba una actitud mixta ataque-defensa. Pero por mucha uve invertida que dibujasen, las piernas, bajo el tergal, le temblaban.

    Orden. Haya orden. A ver. Para que se recoja de manera indubitada en la grabación. ¿Cómo se declara el acusado?














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